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Ellos...
A veces pareciera que si, que es posible, que atravesando el complicado laberinto de sus pensamientos uno ha llegado al fondo de ese lugar secreto, escondido, protegido por los cinco sentidos y lo ha encontrado... Pero un minuto después se rebela, cambia todas las huellas, las borra, cambia de voz, de piel, cambia la intensidad de la mirada, se vuelve hosco, lejano, inalcanzable... Y otra vez estamos fuera, otra vez comenzando. Con un hombre nunca se está en camino. Siempre se está empezando a caminar. Es que tal vez el no quería que le diéramos el corazón, tal vez quería una sonrisa, y nosotras exageradas como siempre, le dimos nuestra vida. Es probable que él buscara la suavidad de nuestra piel, para sembrar en ella unos luceros que súbitamente le crecieron en la sangre y nosotras exageradas como siempre le dimos nuestra sangre. Quizás tan solo quería tener cerca nuestro silencio, para poder pensar que estaba acompañado, y nosotras exageradas como siempre, le dimos nuestros pensamientos. ¿Acaso no es cuando no damos nada, cuando más recibimos de un hombre? ¿Acaso no es cuando damos solamente un poco de nuestra piel, cuando recibimos todo de él, su piel, sus nervios, sus músculos tirantes, su clamor, su hoguera? ¿Acaso no es cuando le damos solamente el silencio, cuando recibimos su grito y su llamado, su pedido de rodillas? ¿No es cuando le dejamos la duda, que nos ofrece todo con certeza, nos promete la luz, el agua, las estrellas? Y cuando vamos por nuestro camino sin detenernos, él quiere llevarnos a su camino, dejarnos transitar por el, mostrarnos su puerto, y cuando no lo vemos, quiere que lo miremos. Y cuando no lo amamos, quiere amarnos y hace lo imposible para que dejemos caer sobre el una pequeña gota de amor, pequeña y transparente como una lágrima. Y sus manos son nido, cuando no somos pájaros. Y su ternura es vino, cuando no somos cántaro. Y su pasión es llama, cuando no somos leña. Y su cariño es un millón de luciérnagas cuando no somos noche, y su presencia es sol, cuando no somos cielo, ni día, ni le pertenecemos. Cuando nuestro jardín está sin siembra, el quiere recoger rosas. Cuando el muro es resbaladizo y alto, el quiere treparlo, y llegar hasta el final para ver que hay al otro lado. Lo que un hombre quiere es ser niño, cuando lo necesitamos hombre del todo. Ser hombre cuando inventamos para él un parque con una calesita y un montón de hamacas. Y quiere que volemos cuando el mismo ha cortado nuestras alas. Es por eso que no sé; verdaderamente no sé de quien nos enamoramos las mujeres, si de un hombre o de la idealización del hombre que tenemos en mente. Si de un hombre o de la imagen que tenemos guardada o inventada en nuestro corazón. Y creemos que le teme a la soledad, pero eso es lo que el más ama... 'su soledad', el teme perderla. Por eso ¿Quién cree que conoce a un hombre?.. Son imprescindibles y tan esenciales, así como nosotras, pero ellos creen que siempre van a ganar; A veces lo hacen.-
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